Desde mi más tierna época de bebé nunca he dormido bien. Hasta mis padres acabaron sus días recordándome “la lata que les daba” en aquélla época (posiblemente, en otras también), y esto se ha visto repetido según fui creciendo y transitando por la vida, soportando frases tópicas típicas como las de: “eso es que tienes remordimientos”, “olvida los problemas del trabajo”, “debes hacer más deporte” y, últimamente, “ debes no ver tablets o Netflix hasta la madrugada”…, cuando, cualquiera que me conozca, debe saber que no he sufrido, o practicado, casi ninguna de esas actividades nunca.
Durante el transcurso de este artículo desmontaremos la realidad de dichos tópicos.
Me apresuro a decir, que no tengo nada contra la moda de meter las pantallas incluso en los dormitorios para paliar el presunto aburrimiento rutinario, salvo que diversos estudios aseguran que la luz que emiten interrumpe el funcionamiento correcto de la hormona llamada melatonina, que es la encargada de regular el ciclo diario del sueño, pero no es mi problema. Volveremos a hablar de ello.
El insomnio, la apnea obstructiva del sueño, los trastornos del ritmo circadiano, el síndrome de piernas inquietas, las parasomnias NREM, el trastorno de conducta durante el sueño REM, la narcolepsia o la hipersomnia idiopática, son los trastornos del sueño más habituales entre la población española.
La sociedad ha asimilado la escasez de sueño y la ha integrado en su vivir diario, con estereotipos, tanto en películas, recordemos la propia de Insomnia de Christopher Nolan o Lost in translation de Sofia Coppola, como en dibujos animados (recordemos las “ojeras” de Bugs Bunny, el Pato Donald o el Gato Silvestre etc, en múltiples ocasiones).
Recuerdo mis noches de peregrinaje por mi casa haciendo de todo, o de ver la televisión y solo encontrar temas estresantes, como películas porno o de terror extremo, que no contribuían a relajar ni mucho menos, y despertando mis instintos animales, por los que me igualaba al chimpancé en cuanto a los homínidos que menos duermen en el conjunto de animales. Claro, muy lejos del koala como modelo ideal, que necesita dieciséis horas de descanso diario.
Según datos de la Sociedad Española de Neurología, un 25-35% de la población adulta padece insomnio transitorio y entre un 10 y un 15%, lo que supone más de cuatro millones de adultos españoles, sufre de insomnio crónico.
En la actualidad, más de 12 millones de españoles se despiertan todos los días con la sensación de no haber tenido un sueño reparador, o finalizan la jornada muy cansados.
Y, si lo miramos desde un punto de vista no solamente patológico, el sueño es una necesidad biológica fundamental, como comer y beber. No obstante, sacrificamos horas de sueño y calidad a diario, generando una deuda con el sueño, y no somos conscientes de cómo esta deuda influye en el bienestar socioeconómico, físico y emocional de las personas.
La falta de un sueño reparador y de calidad, debida al insomnio crónico, afecta directamente a la salud mental y física, y repercute en la productividad del individuo, afectando negativamente al empleador, empresas y en la economía del país y mundial.
Los adultos con insomnio son más propensos al absentismo laboral y son menos productivos; en términos de costes indirectos, el insomnio crónico se ha relacionado a unos 11-18 días de absentismo, 39-45 días de presentismo y 44-54 días de pérdida general de productividad al año.
Así, los costes indirectos del insomnio crónico asociados a la pérdida de productividad laboral oscilan entre 1.600 y 185.000 millones de euros (un total de 372.000 millones de euros) del producto interior bruto (PIB), y las pérdidas anuales intangibles de bienestar entre 1.300 y 113.300 millones de euros (un total de 213.600 millones de euros), en un conjunto de países occidentales, entre ellos, a Francia, Italia, Alemania, España, Reino Unido, Estados Unidos y Canadá.
Las proyecciones económicas que se realizan frecuentemente en nuestro país encuentran que, eliminar los efectos del insomnio mediante políticas de prevención, educación, diagnóstico rutinario y tratamiento temprano, aumenta la productividad en el trabajo y, por consiguiente, tiene un efecto positivo en el producto interior bruto (PIB).
La investigación también se ha centrado en los costes intangibles que genera el insomnio, por estar estrechamente vinculado con el deterioro de la calidad de vida. Por ello, los adultos que sufren insomnio están dispuestos a renunciar a un 14 por ciento de la renta per cápita anual de su hogar a cambio de obtener el mismo grado de satisfacción con su vida que aquellas personas que no padecen insomnio.
En todo caso, independientemente de la existencia de factores que pueden interferir en nuestra calidad de sueño y que pueden ser modificables, esto no es exclusivo de los españoles.
Así, la World Sleep Society estima que hasta el 45% de la población mundial padecerá en algún momento algún trastorno del sueño grave, razón por la cual los considera como un grave problema de salud pública.
Aunque aún es claramente insuficiente, es cada vez mayor el reconocimiento que se le da a la importancia del sueño en la salud pública; se le considera ya en grado de epidemia…. , no dormir lo necesario está asociado a accidentes automovilísticos, desastres industriales, así como a errores médicos y profesionales, entre otros.
Quedarse dormido involuntariamente, dormirse mientras se conduce y tener dificultad para realizar las tareas diarias a causa de somnolencia, son hechos que pueden traer serias consecuencias negativas.
Las personas que no duermen lo necesario también son más propensas a padecer enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes, depresión y obesidad, así como cáncer, a mayor mortalidad y menor calidad de vida y productividad.
La falta de sueño puede ser causada por factores sociales de gran escala, tales como el acceso a la tecnología las veinticuatro horas del día y los horarios laborales, pero los trastornos del sueño, como el insomnio o la apnea obstructiva del sueño, también juegan un papel importante.
Pero, aunque la mayoría de los trastornos del sueño se pueden prevenir o tratar, menos de un tercio de las personas que los padecen buscan ayuda profesional. Existe una gran variedad de trastornos del sueño que, lamentablemente, han sido normalizados y culturalmente aceptados, por lo que las personas que lo sufren se resignan con frecuencia.
Es el momento de que resalte la excepcional labor que realiza ASENARCO, prácticamente la única asociación de pacientes que está tratando de conseguir el mejor estado de los enfermos, tanto médico como psicológico, asistencial, etc… Trabajando adecuadamente a sus especiales circunstancias y, en general, ayudando en cualquier actuación que tienda a mejorar su calidad de vida.
Y lo hacen colaborando para lograr el mejor conocimiento de esta enfermedad y sus tratamientos, a través de la organización de conferencias, sesiones de trabajo, talleres de psico-educación, etc y en estrecha relación con las entidades científicas en el estudio de las enfermedades del sueño para conseguir, así, mayores avances en su diagnóstico y tratamiento.
El sueño está involucrado en innumerables procesos fisiológicos, por lo que su mala calidad se relaciona con problemas de salud: aumento del riesgo de mortalidad por eventos cardiovasculares, problemas metabólicos como diabetes y obesidad, disfunciones neurocognitivas, problemas de salud mental…
«El insomnio es una epidemia global que amenaza seriamente la salud y la calidad de vida de quienes sufrimos alguna de estas enfermedades y hay que luchar contra ella, cada uno con sus medios»
Si bien experimentar cambios puntuales en el sueño es algo normal, ciertos factores externos, principalmente hábitos de vida inadecuados y estrés, o padecer algún trastorno del sueño, pueden provocar cambios graves en sus patrones, que pueden hacer que nuestra salud se vea afectada, como estamos repitiendo continuamente.
Como estamos hablando de ello continuamente, recordemos que son tres los factores que determinan qué es un sueño de calidad: la duración, que debe ser la suficiente para sentirnos descansados al día siguiente (en adultos, entre 7 y 9 horas), la continuidad, ya que el sueño debe ser estable y sin fragmentación, y alcanzar fases de sueño profundo, que implican un descanso más reparador. Se estima que hasta el 48% de la población adulta española y un 25% de la población infantil no tienen un sueño de calidad.
Gran parte de la población podría mejorar la calidad de su sueño mejorando su estilo de vida. Mantener unos horarios y rutinas regulares para acostarse y levantarse es fundamental, pero también lo es hacer ejercicio físico, realizar cenas ligeras, intentar dejar lejos de la hora de ir a dormir todos aquellos estresores que nos afectan en el día a día (dispositivos móviles, uso de ordenador…) y, en el caso de hacer siesta, no excederse con su duración (no más de 20-30 minutos). Deben evitarse tóxicos como el alcohol o el tabaco, y reducir la cafeína, sobre todo unas horas antes de acostarse.
La magnitud que tiene el sueño en el bienestar integral de una persona es similar a los efectos de la dieta y el ejercicio. La privación del sueño tiene efectos graves en la salud y, por lo general, son ignorados.
El aspecto cuantitativo es importante, pero no definitivo. La media de horas de sueño en la población española es de 7,1 horas al día, pero cada persona tiene sus propias necesidades que, además, van cambiando con la edad.
Existe también lo que los especialistas en medicina del sueño llaman insomnio paradójico que, en realidad, se trata de una mala percepción del paciente. Hay personas que, en realidad, duermen bien y funcionan perfectamente durante el día, pero se despiertan un par de veces por la noche y creen que duermen mal.
Cuando la imposibilidad de conciliar el sueño está ligada a la incapacidad de relajarse, se trata de un insomnio psicofisiológico. Suele tener un desencadenante puntual, de carácter emocional. Cuando no dormir se convierte en una inquietud, se cumple la autoprofecía y no se duerme. Entonces se corre el riesgo de caer en un círculo vicioso en el que, al día siguiente, la persona estará cansada y nerviosa por si dormirá o no esa noche.
Dormir mal de vez en cuando no es muy preocupante, aunque nuestro cansancio aumente y decaiga la atención. El cerebro suele cobrarse su déficit de sueño cuando puede.
La medicina del sueño es un campo de la medicina cada vez más presente en nuestra práctica clínica habitual, que debe ser gestionada desde atención primaria, y aquí se debe hacer patente el interés en la formación básica para tratar sus problemas derivados, y aproximarse a identificar aquellos trastornos que interfieran con el sueño, para poder así ofrecer un tratamiento específico y adecuado orientado a mejorar la calidad de vida y que, además, en muchas ocasiones, puede disminuir la morbimortalidad asociada a algunos de estos trastornos.
El insomnio es el motivo de consulta más frecuente, dentro de los problemas del sueño, en una consulta de atención primaria. Se ha calculado que, aproximadamente, entre un 27 y un 55% han relatado dicho problema durante la anamnesis.
El hecho de que sea un motivo frecuente de consulta hace que se disparen las prescripciones de fármacos para tratarlo desde atención primaria pero, sorprendentemente, existe numerosa bibliografía que indica que no se está haciendo de manera correcta.
Una de las causas más habituales que explica esta escasa tasa de éxito en el tratamiento podría ser la frecuente elección de un tratamiento con benzodiacepina, como primera opción, sin haber identificado antes un trastorno de sueño comórbido. Las benzodiacepinas pautadas no solo cronifican el problema sino que, a menudo, lo empeoran, aumentando así su riesgo de morbimortalidad.
Otro concepto importante a valorar, sobre todo en nuestra cultura latina, es la siesta.
Si una persona duerme sus horas necesarias durante la noche, a partir de los 5 años de edad, la siesta ya es totalmente prescindible en casi todas las personas aunque, a partir de los 60 años, la necesidad de sueño puede volver a reaparecer. Cuando se realiza la siesta, independientemente de la edad (a excepción de los niños de menos de 5 años), ésta solo debería durar de 10 a 30 min y nunca sobrepasar la hora de sueño.
Mis conclusiones, opiniones y recomendaciones finales son que:
Aunque sea repetir, el insomnio es el trastorno del sueño más frecuente. Su presentación más grave se define como insomnio crónico, y se produce cuando la persona que lo padece encuentra dificultades para conciliar el sueño al menos tres noches por semana durante tres meses.
Esto representa, aproximadamente, 172 millones de personas con síntomas de insomnio, 72 millones con insomnio clínico, y 42 millones con insomnio crónico entre las poblaciones en edad laboral.
Asimismo, la falta de sueño también influye en la irritabilidad, en las capacidades de resiliencia y de gestión emocional o de conflictos del empleado en su trabajo, afectando, considerablemente, a la organización en su conjunto.
Luego, para la salud pública y las organizaciones sanitarias, en general, cualquier intervención para reducir el insomnio, ya sea a nivel de prevención primaria, secundaria o terciaria, sería de gran importancia y promovería una mejor salud y bienestar de sus empleados.
Establecer programas de prevención de este riesgo laboral es también clave para las organizaciones sanitarias, como lo es también el establecimiento de protocolos coordinados entre los diferentes niveles asistenciales para garantizar a los pacientes un acceso oportuno al diagnóstico y tratamientos, así como la formación actualizada sobre este trastorno del sueño en las facultades de medicina, y a proporcionar acceso y reembolso a la innovación farmacológica segura, respaldada por datos científicos.
Un claro objetivo para los estudiosos de la salud pública debería ser, también, identificar y cuantificar, con la máxima precisión, la carga social y económica del insomnio, es decir, sus efectos más allá del impacto en la salud y la atención sanitaria. Aún no se encuentran muy afinados, aunque existan multitud de estadísticas, dada el nivel de infradiagnóstico existente
Este reto de valorar el impacto de los efectos del insomnio en relación a costes económicos indirectos (no relacionados con la atención sanitaria) y costes intangibles (no detectados directamente en transacciones económicas, pero que tienen un impacto en la salud o bienestar de un individuo) es, ante dicho nivel infradiagnóstico, muy importante de alcanzar.
A este respecto, y de la no profundidad de los datos globales que se poseen, recientemente, desde el Ministerio de Sanidad Nacional, se han publicado diferentes guías clínicas sobre el enfoque del insomnio desde la atención primaria.
Pero, aunque todas ellas coinciden en dar unas pautas muy claras para realizar el diagnóstico diferencial con enfermedades psiquiátricas o médicas, o sobre las interacciones medicamentosas, presentan limitaciones a la hora de proporcionar el diagnóstico diferencial del insomnio causado por los diversos trastornos primarios del sueño comórbidos.
Y estas valoraciones son importantes, porque se verían con más interés a la hora de asignar recursos para estos pacientes de una patología mucho más grave de lo que se piensa, y haría imposible que aquellos potenciales pacientes que acuden a consulta médica de Atención Primaria, no recibieran toda la atención que necesitaran, como ocurre actualmente, debido a las limitaciones de recursos en la Sanidad.
Afortunadamente, los pacientes organizados en asociación presionan cada vez más para que haya una serie de estrategias a nivel político, de investigación y de práctica clínica que mitiguen y palien las consecuencias que el insomnio está teniendo en la economía mundial y en el bienestar social.
Ellas instan a los gobiernos, y a los sistemas de servicios sanitarios, a incorporar en las estrategias nacionales de salud pública el sueño, a impulsar campañas de salud pública que hagan hincapié en la importancia de una adecuada higiene del sueño, y a implementar la detección precoz sistemática del trastorno de insomnio en las visitas médicas de rutina.
Finalmente, no quiero dejar de mencionar otro gran problema muy característico español, con datos, en esta materia y que “pone los pelos de punta”: hasta casi la mitad de nuestra población duerme mal y la venta de somníferos está disparada.
Nuestro país es el que más somníferos consume del mundo ante las dificultades para dormir, con todas sus consideraciones negativas en cuanto a creación de hábitos y efectos secundarios de gran peligro.
Ello demuestra, de nuevo, una clara falta de formación sanitaria por parte de los pacientes y de algunos profesionales sanitarios, y un déficit de médicos especialistas en este tipo de trastornos.
Dejemos de contar ovejas, el insomnio es una epidemia global que amenaza seriamente la salud y la calidad de vida de quienes sufrimos alguna de estas enfermedades y hay que luchar contra ella, cada uno con sus medios.