Han pasado casi cinco años desde que Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), pronunciara en el marco de la Conferencia Mundial sobre la Atención Primaria de la Salud (APS) del año 2018, que “la salud es un derecho de las personas y una responsabilidad de los Estados”.
Una responsabilidad que no se limita a la prestación de un servicio sanitario de calidad a su población, sino que también se extiende al sistema educativo, donde los poderes públicos tienen un compromiso al respecto, y en donde se hace preciso diseñar currículos académicos en sus propuestas formativas que eduquen a la sociedad en la promoción de la salud y el fomento de una vida saludable.
En estas líneas se posiciona la vigente Ley Educativa, coloquialmente conocida como Ley Celaá por el apellido de la que fue ministra de Educación, Isabel Celaá, y técnicamente referida a ella como Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación; cuyo preámbulo señala que la “promoción de la salud en el ámbito educativo contribuye a que los grupos de población más joven, independientemente de factores como clase social, género, o el nivel educativo alcanzado por sus padres y madres u otras figuras parentales, desarrollen una vida más saludable”.
Con líneas dirigidas a los estudiantes de todos los niveles educativos, proponiendo en la educación infantil, en torno a los criterios de ordenación y principios pedagógicos, la educación por un consumo responsable y sostenible, y una genérica promoción y educación para la salud adecuada a ese nivel educativo.
Aspectos que también se extienden a la enseñanza primaria, promoviendo como principios pedagógicos la educación para la salud, incluyendo la afectivo-sexual, y poniendo especial interés en la educación emocional. Siendo sus objetivos el desarrollo de capacidades involucradas en esta materia, como la de “valorar la higiene y la salud, aceptar el propio cuerpo y el de los otros, respetar las diferencias y utilizar la educación física, el deporte y la alimentación como medios para favorecer el desarrollo personal y social.”
Y como es natural, alcanza la Enseñanza Secundaria Obligatoria, siendo una de sus finalidades la adquisición de hábitos de vida saludables por parte de sus alumnos, y uno de los objetivos el “conocer y aceptar el funcionamiento del propio cuerpo y el de los otros, respetar las diferencias, afianzar los hábitos de cuidado y salud corporales e incorporar la educación física y la práctica del deporte para favorecer el desarrollo personal y social. Conocer y valorar la dimensión humana de la sexualidad en toda su diversidad”. A lo que se une “valorar críticamente los hábitos sociales relacionados con la salud, el consumo, el cuidado, la empatía y el respeto hacia los seres vivos, especialmente los animales, y el medio ambiente, contribuyendo a su conservación y mejora”.
Un modelo educativo transversal en sanidad, que va más allá de los menores, también en educación de personas adultas, se regula el fomento en el desarrollo de actitudes y adquisición de conocimientos vinculados a las crisis de la salud, y asimismo incide en la promoción de la salud y los hábitos saludables de alimentación, enfocadas a la reducción de la vida sedentaria.
Tras la crisis sanitaria del coronavirus, vimos emerger un movimiento negacionista de la enfermedad del COVID-19, un renacer de pseudociencias y remedios para tratarla o combatirla alejados de la ciencia médica, y el resurgir del mensaje antivacunas, todos estos fenómenos contaron con gran difusión en las redes sociales, plataformas que no verifican ni ponen coto al mensaje falaz que se pueden promulgar en ellas.
A ello se une la popularidad de youtubers, instagramers, y ahora Tiktokers, influencers en general, que atraen a una gran audiencia joven, y la nutren de contenido que puede llegar a ser peligroso para la salud de sus seguidores y una amenaza para la salud pública. En los últimos tiempos, algunos de ellos han promocionado antibióticos para combatir granos de acné, negado que el agua hidrate, han ofrecido recetas de tratamientos alternativos ante diferentes dolencias y enfermedades -sin un rigor científico que lo apoye-, y demás barbaridades que deben tener freno, y en donde los gobiernos y las empresas tecnológicas, deben poner más control a esta desinformación tan dañina, mientras una de las herramientas más poderosas que pueden enseñar aspectos básicos de la salud y enseñar los hábitos de vida saludable es la educación, una responsabilidad del Estado y de las comunidades autónomas.
Cabe señalar que estas redes sociales, cuentan también entre sus filas con relevantes divulgadores científicos del mundo sanitario, que ayudan a aumentar el rigor en este campo, y a desmentir y revertir postulados de personalidades carentes de formación sanitaria. Algunos de ellos son Marián García, cuyo seudónimo en redes sociales es el de Boticaria García, doctora en Farmacia que divulga contenido muy interesante con consejos de todo tipo, también del mundo de la farmacia destacó a Guillermo Martín, que en su canal Farmaenfurecida desmiente cientos de bulos que proliferan por las redes, o Álvaro Fernández, conocido como el farmacéutico ‘Tiktoker’, que a ritmo de baile también educa desde la ciencia frente a las diferentes mentiras que aparecen por Tik-Tok, una red en auge con gran impacto entre los más jóvenes.
También de la esfera de la enfermería destacan creadores digitales de contenido, como Esther Gómez, encargada de la cuenta Mienfermerafavorita, o en medicina mención merece César Carballo, adjunto en el Servicio de Urgencias del Hospital Universitario Ramón y Cajal, y un habitual en programas televisivos e informativos nacionales, entre otros muchos más profesionales que compaginan su trabajo con la divulgación social sanitaria que animo a descubrir.
Con el “boom” de la tecnología, y el impacto de estas redes, surge una nueva necesidad, la educación en las redes sociales y en la criba de la información percibida, donde el docente ocupa una posición crucial, enseñando a los más pequeños las diferentes fuentes que pueden hacer uso para verificar y contrastar los datos que perciben de estas aplicaciones, para con ello formar en salud, fomentar una vida mejor, y evitar posiciones dañinas y perjudiciales para la sociedad.
La labor del maestro, siempre importante, alcanza una relevancia sustancial ahora, contando para ello y en esta línea, con una formación en aspectos sociales, antropológicos, de psicología y nociones básicas en la promoción de la salud, entre otras competencias académicas, que, aunque no parecen ser conocidas por la sociedad, les brinda de las armas necesarias para educar ante el problema en el que nos encontramos inmersos.
La educación en salud es fundamental para prevenir enfermedades, responder a futuras crisis sanitarias, y crear hábitos de vida que mejoren la calidad de vida de las personas, alejándolas de conductas o tendencias que puedan con ello dañar su salud.