Hace ya casi un mes me invitaron, desde la Universidad Internacional de La Rioja, a un acto en el Hotel Westin en Madrid (el Palace de toda la vida), a una entrega de premios a profesionales, brillantes funcionarios en su mayoría, que desarrollan su labor en Salud Pública, tanto en España como en organismos internacionales relacionados. Entre ellos, nuestro extraordinario colaborador habitual de la revista, mi amigo Eduardo García Toledano.
Aunque en ese caso estaba muy focalizado el acto en la salud mental, pensé en escribir algunos comentarios generales, y opiniones de mi cosecha, para aquellos lectores fieles que, afortunadamente, me leéis.
Y rompiendo una lanza en su favor, cosa que tenía en cartera desde hace tiempo. Empecemos por definirla, porque no es tan fácil, dada la confusión que muchos medios de comunicación no profesionalizados crean, a veces, tratando de englobarla con la sanidad pública.
Salud pública es un concepto social y político destinado a mejorar la salud, prolongar la vida y mejorar la calidad de vida de las poblaciones, mediante la promoción de dicha salud, la prevención de la enfermedad y otras formas de intervención sanitaria (OMS).
Las áreas de actuación, a nivel nacional, pero bien coordinadas con las CCAA, comprenden la prevención y promoción de la salud, la sanidad ambiental y laboral, la sanidad exterior, la medicina transfusional y la coordinación de alertas y emergencias sanitarias.
Al concepto de salud pública la principal razón que la diferencia del concepto de sanidad pública es que el término “salud” es más inclusivo que el de “sanidad” y ello no es un hecho banal pues, de alguna forma, el primero sí incluye a este último. Aunque en inglés y francés, existe el mismo significado (“health” y “santé”), para ambas, nuestro rico idioma español sí dispone de un término diferente para cada caso.
Cuando usamos el término de salud pública, nos estamos refiriendo a la disciplina encargada de la protección de la salud a nivel poblacional, es decir, a la búsqueda de mejorar las condiciones de salud de las comunidades mediante la promoción de estilos de vida saludables, o campañas de concienciación, educación e investigación, por lo que debe de contar con la participación de especialistas en diversas áreas como la propia educación, I+D, biología y medicina, entre otras.
A diferencia de ella, cuando se hace referencia al término de sanidad pública, estamos haciendo alusión al conjunto de servicios, personal e instalaciones del Estado, CCAA o ámbito territorial que se trate, que se encuentran destinados y enfocados a la preservación de la salud pública de los habitantes de ese ámbito territorial.
«Una buena sanidad debe estar mejor preparada para la llegada de posibles hechos inesperados»
Por todo ello, bajo mi perspectiva, usar el término de sanidad como en la mayoría de los medios de comunicación se hace, puede ser excluyente, tanto en cuanto a la intervención de los gobiernos como, por otro lado, en relación al área o campo profesional.
En general, el término sanidad lo asociamos al sanitario, a los médicos, centros de salud, medicamentos etc., y al hecho de conservar la salud, pero, sin embargo, con el término salud nos referimos al conglomerado de acciones de las fuerzas políticas, sociales, culturales, medio ambientales etc., y, por supuesto, a las sanitarias, aunadas con las condiciones sociales de vida, trabajo, vivienda, en las que cada individuo vive.
Pero no solo eso, sino que, incluso desde el punto de vista de los profesionales dedicados a mejorar y sanar las vidas de las personas, estaríamos siendo injustos con ellos, pues no obviemos que el uso del término “sanidad” o “sanitario” tiene un efecto excluyente al no considerar como “profesionales sanitarios” a los trabajadores y educadores sociales, cuidadores, psicólogos, sociólogos y otros muchos que también desempeñan sus funciones en el sector sanitario.
Por otro lado, no podemos obviar que, si bien es cierto que la sanidad pública en España goza, justamente, de gran prestigio social (y es ello lo que podría justificar que se le otorgue legitimidad para acaparar todo el ámbito de la salud), no es correcto que los ciudadanos no seamos capaces de discriminar adecuadamente entre “sanidad” y “salud” y sigamos pensando que la sanidad tan solo es cosa de médicos. Craso error.
Hasta aquí hemos visto solo generalidades que han servido, en términos taurinos, solo para “centrar la faena”. Vamos a por el toro.
La pura realidad es que la salud pública está muy poco valorada, tanto por los pacientes como por los políticos, entre otros, resultando lamentable en este último caso, dado que se les debía considerar los máximos garantes de velar por nuestro bienestar. Es cuestión de ignorancia, sin duda.
Por ilustrar mi afirmación del párrafo anterior, aquí van dos ejemplos: Recordemos el autobús con estudiantes de la península que tuvieron que quedar, preventivamente aislados, en un hotel de Palma de Mallorca cuando surgió la COVID-19 y luego, los padres denunciaron a las autoridades sanitarias baleares casi por secuestrarles, cuando lo que habían hecho era poner en marcha una justa medida de salud pública.
O al gobierno de la nación cuando, durante la misma pandemia decía, una y otra vez, que consultaban cada “medida de guerra” a tomar, en beneficio de todos nosotros, a un grupo de expertos importantes de la propia Administración central, y eran cuatro con escasísima experiencia epidemiológica, habiendo magníficos en plantilla. Eso sí, casi todos ellos dispuestos a decir a todo que sí y con afinidad del propio partido político.
Otra cosa diferente es la demostrada escasa influencia de los profesionales de salud pública, en el contexto general de la sanidad, y su no vinculación política al ganador de turno.
Son profesionales no muy conocidos, que aparecen muy poco en los medios, con una gran visión global de los problemas y de los que, a cambio, uno se puede fiar, ya que no priman en ellos intereses nocivos particulares ni políticos.
De aquí es donde se deduce la importante relevancia de su intervención activa ante las crisis, ya que su nexo con los políticos y los medios de comunicación es clave en la gestión de los problemas de salud pública. Recordemos, en este momento, el papel extraordinario jugado, por ejemplo, por la Dra. Margarita del Val. Nadie, a nivel de ciudadanos, la conocía antes.
Lo cierto es que la salud pública entra en acción cuando hay crisis sanitarias. Estas conmocionan a la sociedad y ponen al límite sus servicios. Un buen análisis sería empezar por valorar la experiencia personal de aquellas personas, profesionales sanitarios que se vieron involucrados en episodios epidemiológicos desconocidos en ese momento, y oír sus vivencias.
No hace mucho me he vuelto a enriquecer personalmente hablando, por ejemplo, de la aparición del síndrome del aceite de colza desnaturalizado (año 1981), con dos buenos y prestigiosos amigos, dos Antonios que la vivieron en primera fila de combate: Burgueño y Urbistondo.
A ambos les prometí un reto para New Medical Economics: tomar esta iniciativa y aprovechar su caudal de información, y complementarlo desde una múltiple perspectiva: población, pacientes, clínicos, especialistas en salud pública (salubristas), políticos, periodistas y grupos de interés, para darle difusión.
Del conjunto, y de la interacción de estos personajes involucrados, depende la respuesta y la gestión de las crisis, tanto en sentido negativo como positivo, pudiéndose afirmar con seguridad que las respuestas a las crisis siempre son heterogéneas y suelen acentuar las desigualdades.
Y son actores desconocidos, humildes y con enormes conocimientos. No “estrellas” que se estrellan… No sé la razón por la que me estoy acordando ahora de Fernando Simón, buen profesional que aceptó salir de su lugar de trabajo y hacer una deficiente comunicación. Flaco favor a sus verdaderos compañeros de salud pública. Ese no es el perfil, afortunadamente, pero se le envió a la población el mensaje ficticio.
En este momento del artículo, no me puedo resistir a reproducir un texto que ha llegado a mis manos y que define, perfectamente, los valores de un salubrista, su alma:
“Ser salubrista es un modo de vida, te puedes dedicar a trabajar en un ámbito de la salud pública y no serlo. Es un modo de entender y ver la vida, donde todo está relacionado con todo… Donde los problemas pueden ser analizados desde tantas perspectivas como ecosistemas tomemos de referencia; teniendo en cuenta que hay tantos ecosistemas como personas hay en este mundo…
Es un modelo de vida, vivo, que cambia y requiere adaptación continua; un mismo modelo no valdrá para un mismo problema en distintos momentos,…
Requiere de sabiduría y no solo conocimiento, requiere de pasión, y no de obligación, requiere de humildad y no de ego, requiere de visión y no tanto de misión.
El salubrista nace y se hace,…
Requiere del mayor estado de autodesarrollo del individuo,…
Puedes saber mucho de análisis de datos cuantitativos y tendencias y no ser salubrista .Esta pandemia, hizo que aflorara en los ciudadanos su parte más salubrista, donde ayudar, colaborar y cuidar, fueron las banderas de un pelotón de civiles que se enfrentaban a “un bicho”, al cual todos deseaban derrotar…
Ser salubrista tiene que ver con el propósito de dar lo mejor de ti por y para la ciudadanía; es servicio público en todas las acepciones del término…
De la COVID, quedaron falsos salubristas, pero también verdaderos, que convirtieron su modo de vida a ser salubrista…
Por todo ello, ser salubrista requiere del mayor conocimiento científico-técnico en cada momento, pero también de ser persona y trabajar por y para las personas,…”.
Las crisis sanitarias son retos de los que debemos aprender, tanto de los errores como de los éxitos, pues sirven para poner a punto los dispositivos y perfeccionar nuestra respuesta ante otras crisis venideras. Es, por tanto, importante realizar análisis de respuestas previas, auditorías de riesgo y de vulnerabilidad, investigación y ensayos, y simulacros para esperar preparados las crisis futuras.
Como todos sabemos, la sanidad es un derecho constitucionalmente garantizado, concretamente en su artículo 43, el cual reconoce el derecho a la protección de la salud al igual que encomienda a los poderes públicos a prestar y organizar esa salud, razón por la que se trata de un servicio público que nos debe ser garantizado.
En España se disfruta de lo que se conoce como una sanidad pública universal, o como cobertura universal de salud, que es un tipo específico de atención sanitaria que se presta a todos los ciudadanos, independientemente de sus ingresos, raza, edad, condiciones preexistentes, sexo o riqueza que posean.
Pero este sistema sanitario, del que tanto se vanaglorian nuestros gobernantes, se está destruyendo, y ello se lo debemos, en gran parte, y una vez más, a nuestros políticos.
Ellos se preocupan más que en dotar suficientemente con partidas económicas para llevar a cabo inversiones adecuadas en temas tan importantes como la I+D o en medios tanto materiales como humanos, a mirar continuamente hacia las urnas futuras e invertir en crear organizaciones de toda índole afines a su poder, y así fomentar una gran cantidad de votantes y comparsas, sin dejar de lado el incesante incremento de dirigentes y hegemónicas estructuras que llenan muchas gerencias actualmente, absolutamente innecesarias.
Una buena sanidad debe estar mejor preparada para la llegada de posibles hechos inesperados, como ha sido, la COVID-19 recientemente.
Y con el término “preparada” me refiero a formada, dotada de medios materiales y personales adecuados, actualizados y suficientes.
Hay otras muchas facetas que engloba la salud pública. Este artículo solo trata de transmitir más conocimiento a la población sobre su necesidad. Solo otro ejemplo más: evitar al máximo los errores en medicación. Pero de esto ya hablaremos pronto y extensamente.
Vamos terminando ya por hoy.
De la lectura de este artículo se pueden extraer muchas conclusiones. Yo, personalmente, me quedaría con la de que nos olvidemos de politizar la sanidad, no castiguemos a tantos profesionales sanitarios que ejercen esta dura disciplina más por devoción que por otras razones, y que, diariamente, luchan por mantener la vida y evitar la muerte con su trabajo pues, con ello, no se consigue nada más que la merma de su competitividad y calidad.
La sanidad y la salud pública españolas han sido consideradas desde siempre de las mejores del mundo como venimos repitiendo, pero la limitación de recursos y la politización de los profesionales del sector están llevando a que nosotros mismos, los españoles, la estemos autodestruyendo.
Siempre, siempre, pensemos que la sanidad es cosa de médicos y otros sanitarios (enfermería, auxiliares, celadores, etc.), pero que la salud pública es cosa de ellos y de los ciudadanos y ciudadanas. Pongamos barreras a todas las influencias negativas, incluso egoístamente. Sobre todo, a estos excepcionales servidores de la salud de todos, especializados en salud pública.
Son nuestros verdaderos escudos, casi anónimos, frente a las grandes crisis sanitarias. Y ayudémosles, para los que somos ciudadanos esto es una responsabilidad compartida, con nuestros buenos hábitos de vida y aguanten en esa primera fila de contención.
Y perdón por mi anarquía en este artículo, soy consciente, pero necesito vacaciones, como todos…
Feliz verano, queridos lectores.