“El cerebro no es un vaso por llenar sino una lámpara por encender”, (A. Einstein).
“La creatividad simplemente consiste en conectar cosas”, (S.Jobs).
“Existe mucho talento, pero no está enfocado”, (M. Carderon).
Tres frases elegidas casi por azar, pero ordenadas cronológicamente, y de personajes dispares, líderes en sectores diferentes, con las que pretendo reflejar el espíritu de este mi artículo de hoy, justo a la vuelta de las vacaciones de verano.
Y mi primera alusión durante este tiempo estival de ausencia de nuestra revista es de regreso al COVID; la séptima ola, precursora de la octava y, así sucesivamente, y ya tenemos al colectivo sanitario volviendo a luchar denodadamente frente a la pandemia. Mientras unos nos dedicamos a despotricar por unas u otras decisiones políticas, los profesionales sanitarios las sufren y actúan.
En toda la duración de este trance pandémico, y ahora ya me remonto al principio, hemos sido testigos de algo prodigioso: cómo el uso de la creatividad salva vidas, y hemos sabido desarrollarla brillantemente. Es un mensaje optimista y lleno de esperanza hacia la humanidad. Pero esta habilidad natural solo ha relucido en situaciones trágicas y, tristemente, su tendencia es a la baja.
Y los medios de comunicación de salud especializados en noticias y rumores (no es el mundo de New Medical Economics), han continuado siendo muy dados a prestar importancia a pequeños gestos y a sobrecomunicar hechos cuestionables de sus clientes, sin aprender que no hay que fijarse tanto en las palabras, porque son los hechos los que construyen una realidad.
Desde la distancia estamos aprendiendo algo; es la gran capacidad que tiene el colectivo de profesionales sanitarios de reinventarse, de dar soluciones sencillas a problemas complejos, de administrarse y colaborar, pero, sobre todo, de tener una enorme flexibilidad en lo que hacen y en cómo hacerlo. Lecciones que todos deberíamos reconocer y aplicar, si queremos que nuestras organizaciones, dedicadas al cuidado de la salud, sigan siendo competitivas.
Y el único futuro existente viene de la mano de la creatividad. Y aquí empiezan mis dudas.
La creatividad es un paso más del talento, y creo que no lo alcanzamos e incluso vamos a menos. Me explicaré.
Durante la COVID era una actividad de guerra. En ese momento se improvisaron retales para fabricar mascarillas, respiradores o lo que sea. Era creatividad, sí, pero forzada por las circunstancias graves y gracias a la calidad humana de los protagonistas y a su empatía con los que sufrían.
Pero en cuanto se ha visto un atisbo de vuelta a la normalidad y a la mejora del entorno ha aparecido la cruda realidad y la falta de cualidades reales. Vuelta a la desgana, la apatía, muchas veces justificada.
Los gerentes, los jefes de servicios, los decisores, han evidenciado en muchos casos su falta de ideas creativas concretas, y de herramientas prácticas de motivación en gestión sanitaria, más allá de realizar o flexibilizar un preciso organigrama funcional y un adecuado presupuesto de ingresos, gastos e inversiones. Demasiado burocrático.
Y cuando hablo de esa formación, me refiero, evidentemente, a su trayectoria política y no académica previa a alcanzar esta posición, y que tanto les condiciona. Es una pena porque su papel motivador debe ser fundamental y, en general, no lo es hasta el momento.
Estamos en un momento histórico, porque los mercados que vienen serán eminentemente con escenarios creativos, y necesitan personas capaces de solucionar problemas derivados de un entorno incierto. Y no perder el tiempo pensando en esos problemas, sino gestionándolos, o sea, buscándoles la solución cuanto más rápido, mejor.
No es de extrañar que esta demanda se reclame para uno de los gremios profesionales más necesarios y castigados por nuestra sociedad. La devaluación moral del personal sanitario llegó a su punto álgido cuando se les trató como piezas sustituibles.
Los tecnócratas advertían desde hace años, sobre el fin del concepto de médico tradicional gracias a las nuevas tecnologías, mientras estos respondían con la mayor de las innovaciones, la base de su trabajo: cuidar con empatía o no.
La culpabilidad de la degradación económica vino de la mano de la política. Para estos “aparentes servidores de los ciudadanos” la Sanidad no era más que un gasto que tenemos que limitar cada año, y encontraron la fórmula perfecta para su erosión en el auge de los conocimientos y en la participación de los pacientes, sector muy sensible socialmente, como es lógico.
Aun así, los profesionales sanitarios seguían manteniendo un sistema de referencia mundial. Algunos nos preguntábamos hasta cuándo esa vocación seguiría haciendo funcionar el sistema.
Incluso, como he dicho antes, el problema se ha tapado ante lo inesperado de la aparición de una pandemia letal y global, con unas consecuencias que las próximas generaciones leerán en los libros de texto. Pero insisto, es el momento de pregonar que hasta aquí han llegado. Y deben rebelarse, siempre de forma legal y cauta, sin que afecte a la calidad de sus prestaciones y servicios.
Los mercados que vienen serán eminentemente creativos, con personas capaces de solucionar problemas derivados de un entorno incierto.
Por ejemplo, está sucediendo en los hospitales españoles, y es la capacidad de desaprender. En todos ellos no ha habido ningún reparo, y lo han hecho muy bien, en reestructurar alguno de sus hospitales enteros, para lograr una organización estratégica más optima y tratar a las personas infectadas por coronavirus. Ya no hay plantas, especialidades, secciones. Hay hospitales. Un hospital tiene muchas responsabilidades, pero una por encima de todas: la de preservar nuestra salud. Las decisiones que se tomaron, sin ser la más grave causa, incidieron en el mayor número de fallecidos.
Este tipo de gestión, donde cada área se replantea para hacer frente a un nuevo y desconocido problema, en un camino de búsqueda de la creatividad, es todo un ejemplo de reinvención de la gestión sanitaria en su versión más dura.
La gestión sanitaria ha estado denostada durante años frente a la gestión empresarial, porque, absurdamente, se huía de reconocer que cualquier institución sanitaria es una empresa y, por tanto, debía regirse por criterios de gestión sanitaria.
E implica una responsabilidad y complejidad muy grandes. Es habitual ver en los medios a empresarios hablando de los factores que los han llevado a un cierto éxito empresarial, sin embargo, no a los gestores sanitarios. Esto es porque la Sanidad es un servicio que damos por hecho y no le concedemos la aureola que merece.
Dicen que las verdaderas innovaciones son las que se adaptan tanto y tan bien a nuestro estilo de vida, que llega un momento que no se perciben, hasta que desaparecen o tienen errores. Esto es lo que ha pasado con la Sanidad en España, que la asumimos como algo normal, siendo tan compleja, tan completa y excelente.
Debemos prestar atención a las barreras que podemos encontrar a la hora de ser creativos e innovadores en nuestro trabajo y en nuestro día a día
Bien, hasta aquí ya conocemos y hemos comentado la importancia de la creatividad en nuestra práctica profesional, lo que somos capaces de hacer con nuestras ideas y que el pensamiento creativo mejora la dinámica de nuestro trabajo, logrando beneficios para nuestros pacientes y para el sistema.
Entonces, y salvo en las situaciones extremas de la pandemia que hemos comentado, las preguntas que nos hacemos son: ¿Por qué no hay más personas creativas en nuestro entorno? ¿Por qué nosotros no somos más creativos? ¿Existen personas que son incapaces de ser creativas? ¿Por qué nos cuesta innovar?
Todos nacemos con la capacidad de ser creativos, de crear e imaginar, recordemos que los niños son los seres más creativos e imaginativos.
A lo largo de nuestra vida surgen obstáculos que nos impiden crear, innovar, cambiar. Lastres que nos hacen ir por un camino establecido por normas, limitaciones y obligaciones sin el más mínimo cambio de ruta en nuestras rutinas.
Debemos, pues, prestar atención a las barreras que podemos encontrar a la hora de ser creativos e innovadores en nuestro trabajo y en nuestro día a día. Son, sobre todo, propias del ser humano, en la aceptación de los otros, en las estructuras y organizaciones y propias de las culturas organizativas.
Todas ellas nos ponen más difícil el hecho de ser creativos, o ponen barreras a nuestras ideas, pero podemos superarlas conociendo cuáles son sus limitaciones y su manera de proceder. La ayuda de la psicología es fundamental en esta materia.
A las organizaciones sanitarias se les debe demostrar que los cambios son necesarios y que facilitan y mejoran resultados. Necesitan saber que esos cambios van a ser beneficiosos y eso conlleva un trabajo extra de presentación de las ideas a las organizaciones en busca de su beneficio.
La negatividad es una de las principales causas que impiden el pensamiento creativo, así como el estrés o ansiedad.
El miedo a fracasar, unas reglas demasiado rígidas, una institución con unos procedimientos inamovibles, los prejuicios que tenemos ante cualquier situación, etc., Estas barreras a la creatividad deben ser traspasadas para poder realizar cambios y mejoras, para pensar de manera creativa.
Nuestra creatividad se limita por nuestra manera de pensar. Si creemos que no somos creativos, nos bloqueamos la capacidad para serlo.
La creatividad se puede entrenar y trabajar. Podemos ser mucho más creativos entrenando nuestras habilidades y gracias a ese entrenamiento, también eliminaremos las barreras de pensamiento.
Cuanto más intentemos y trabajemos para ser ingeniosos y romper estas barreras, más creatividad mostraremos, y más ideas podremos llevar a cabo.
Y todo esto es rigurosamente cierto, pero entre la teoría y la práctica hay una gran brecha.
Las circunstancias del mercado de trabajo, los condicionantes corporativistas, marcados bastantes veces por los colegios y sociedades profesionales o la rigurosidad de los planes de estudios, van a añadir sus condicionantes y barreras propias en la realidad de la trayectoria profesional y de la creatividad.
Mientras más rígido es un sistema menos creatividad genera. El sistema sanitario español es una estructura compleja que emplea miles de profesionales y consume una gran cantidad de recursos. Tiene virtudes y defectos, y una de sus características principales es, precisamente, esa rigidez. Eso explica su enorme inercia y su pobre capacidad de cambio o adaptación. No es un tema de conocimiento ni de experiencia es un problema de falta de creatividad, no hay nadie que se atreva a proponer soluciones que se salgan del status quo.
Es curioso el paradigma sanitario que se produce en España relativo a la innovación: somos una sociedad con gran capacidad de talento, y se están moviendo muchos grupos con actitud innovadora, pero la gran presencia y dependencia de los ordenamientos profesionales del sistema sanitario público, inmoviliza, debido a sus jerarquías sindicales verticales poco dadas al cambio real, los movimientos creativos de muchos profesionales.
Esto es lo que está matando, sobre todo, a nuestro sistema sanitario público, y no los recortes ni la política económica.
El artículo se acaba. Dar soluciones sencillas para afrontar de manera efectiva un problema complejo es la definición más clásica de creatividad. Esto es lo que están haciendo cada día millones de personas que trabajan en la primera línea de la sanidad española, y no soy yo quién para aportar mucho más. Han sido ejemplares, desprotegidos, sin material o material defectuoso. Sin poder hacer pruebas diagnósticas, sin respiradores y todo esto mientras los casos por coronavirus se multiplicaban a un ritmo frenético.
Cada uno desde su lugar, ha tratado de aportar ideas. Cierto es que todas ellas son fruto de la escasez y de la presión, pero es que la buena creatividad, parte siempre de un problema.
Los dos puntos anteriores no serían posible sin la abrumadora demostración de colaboración que están dado los profesionales sanitarios en España.
Gestores, políticos no rompáis o dejéis morir esta riqueza humana.
La creatividad también se aprende, no toda es innata a una parte de la condición humana.